El otro Imperio Cristiano

El Mito de la Revolución Masónica

viernes, 5 de marzo de 2010

Los Constructores de Catedrales

Ofrecemos al lector de Las Claves Históricas del Símbolo Perdido información adicional respecto de los orígenes de la Corporaciones de Constructores que luego se convertirían en la masonería moderna. La construcción de lugare sagrados ha sido, desde la antiguedad, el arte propio de los masones

1.- Las guildas medievales

El mundo que vio nacer a las primeras logias de masones libres estaba sumergido en profundas transformaciones. Durante el siglo XII, mientras en Oriente los cruzados construían un nuevo reino cristiano, en Occidente las logias de constructores libres comenzaban a esparcirse.

El gran cambio que sufre la sociedad medieval del siglo XII tiene como fenómeno central el resurgimiento de las ciudades. El nacimiento de la ciudad medieval está directamente relacionado con los orígenes de la francmasonería, por cuanto “la logia” es un producto urbano y su existencia se origina y fortalece paralelamente al desarrollo de la burguesía. El icono más representativo de esta transformación es la catedral y aunque en ella convergen esfuerzos provenientes de distintos estamentos de esta nueva sociedad emergente, la logia es la “fábrica de la catedral”. La imagen del francmasón ha quedado definitivamente vinculada al fenómeno catedralicio.

En medio de esta transformación, las corporaciones de albañiles y canteros -que habían surgido como consecuencia de las grandes construcciones abaciales del arte románico, acompañando a los contingentes de monjes cluniacenses en las rutas de peregrinación- desarrollaron una estructura que los agrupaba y a la que denominaron “logia”.

Estas estructuras se convirtieron en depositarias de un conocimiento de naturaleza misteriosa. Sus integrantes fueron los primeros en comprender el poder que encerraban los números, las formas y las proporciones. En las catedrales que construían podían experimentar con tensiones y empujes, calcular posiciones astronómicas, combinar las luces y los colores en las vidrieras, fijar imágenes en los relieves y establecer los símbolos de una nueva civilización de piedra.

La movilidad de los maestros masones, que se desplazaban de obra en obra, pronto permitió un profundo intercambio de ideas y de tradiciones, una conjunción de “espiritualidades” que constituyeron la particularidad de la francmasonería.


2.- Los secretos del “arte”

Este valor agregado es el que terminaría marcando la diferencia entre las logias masónicas (los free stone masons) y las corporaciones de oficios atadas al control territorial de los municipios. A diferencia de estas últimas, las logias agrupaban artistas y artesanos cuyo carácter itinerante los colocaba fuera del alcance municipal, pero principalmente de la vigilancia estricta de la Iglesia.

La principal característica de los hombres que integraban estas sociedades era su condición de “hombres libres”. No estaban sometidos a vasallaje ni se encontraban bajo ninguna forma de servidumbre o esclavitud. Su condición de miembros de la logia dependía, sin embargo, de un juramento que prestaban ante la autoridad comunal que confería “patente” al gremio itinerante.

Esta reglamentación primitiva mediante la cual los integrantes de una logia se comprometían a respetar las reglas del oficio se desarrolló hasta alcanzar una gran complejidad. No se trataba sólo de la práctica que correspondía al oficio, sino también de una moral con características propias, tal como la encontramos en las primeras constituciones masónicas, en particular los manuscritos “Regio” de 1390 y “Cook” de 1420.

Georges Duby, describiendo el carácter laico de casi todos los artistas a partir del siglo XII en adelante, señala que “...Estaban organizados en gremios muy poderosos y muy especializados. Sustitutos del grupo familiar, estas corporaciones representan para ellos un refugio, facilitan los traslados de ciudad en ciudad, de obra en obra y en consecuencia, los encuentros, la formación de los aprendices, la difusión de las técnicas. Se muestran también, como todos los cuerpos cerrados, tradicionales, dominados por los más ancianos que no confían en las iniciativas individuales, pero ya en el siglo XIII existían cofradías de albañiles y orfebres...”[1]

Este conjunto de maestros de la piedra, la madera y el metal se constituyeron en gremios capaces de construir moles de piedra de carácter extraordinario. Durante la edad de las catedrales, junto a la construcción de todo edificio importante, se observaba otra obra más pequeña. Esa otra construcción era la logia. En algunos casos era precaria y transitoria, pero en otros tuvo un carácter tan permanente que ha llegado a nuestros días. Todavía hoy se puede visitar la logia de los masones de Estrasburgo, construida junto a la catedral hacia 1240 (circa).

En el transcurso de los siglos, desde sus orígenes benedictinos hasta el creciente intercambio técnico con los constructores de Medio Oriente y Bizancio, las logias fueron adquiriendo un profundo conocimiento técnico, no exento de un nexo creciente con corrientes espirituales de carácter esotérico. Sin embargo, la catedral gótica no fue sólo la aplicación de un conocimiento técnico y organizativo altamente desarrollado. Fue la expresión de la teología y la cosmología medieval reflejada en la piedra.

Esta suerte de “saber reservado” requería de una “iniciación”, un “rito de pasaje” mediante el cual el profano se comprometía a guardar el secreto del “arte”, a la vez que ingresaba en una dimensión superior del “conocimiento”. Paul Jonhson define claramente esta cuestión del “secreto de oficio” cuando dice:

“...Todos los artesanos medievales tenían secretos relativos a sus oficios, pero los masones eran decididamente obsesivos con los suyos, dado que asociaban espiritualmente los orígenes de su corporación con el misterio de los números. Tenían desarrollada una idea pseudo científica en torno a los números, las proporciones y los intervalos, y memorizaban series de números para tomar sus decisiones y trazar sus líneas. Como en el antiguo Egipto –otra cultura de piedra tallada- ellos tenían una tradición de “taller” muy fuerte y reglas establecidas para casi cualquier contingencia estructural... Transmitían sus conocimientos oralmente y los aprendían de memoria, bajando al papel lo menos posible. Los manuales de construcción no existieron hasta el siglo XVI.[2]

La comparación con Egipto es adecuada, pues la cantidad de piedra que se movilizó en Europa durante la Edad Media, supera ampliamente a la que se utilizó en Egipto en toda su historia. De igual modo, la arquitectura es, esencialmente -y al igual que en el antiguo Egipto- la puerta de acceso a lo sagrado.


3.- ¿Corporación Gremial o Escuela Iniciática?

Reunidos en estructuras gremiales poderosas, y capaces de desarrollar técnicas complejas, los hombres que integraban estas logias tenían una formación particular y una posición estratégica en la sociedad.

En un mundo donde el hombre estaba atado a su lugar de nacimiento, los masones conformaban una vasta red que unía todo el Occidente cristiano con las rutas que llevaban a los nuevos reinos de Siria. No se trataba sólo de un intercambio técnico, como pudo ser el caso del “arco armenio” que influiría en el desarrollo del gótico. El contacto con el cristianismo oriental era un retorno a las raíces de la Iglesia Cristiana Primitiva, diferente de la que se había desarrollado en el Sacro Imperio Romano Germánico. Medio Oriente era un lugar de misterios, en donde las religiones del Libro confluían en sus matices, su misticismo y su saber “oculto”. Los sufíes, los derviches, los herejes drusos, los coptos con sus textos gnósticos y hasta los “assasin” del Viejo de la Montaña –siempre sospechado de tratos secretos con los templarios- formaban parte del escenario por el que transitaban, iban y venían los masones en sus viajes a Oriente.

Incluso, en más de una ocasión, obreros calificados de aquellas culturas habían sido traídos a Occidente por los grandes abades para embellecer sus abadías e instruir a los maestros locales. ¿Cómo no imaginar el profundo intercambio espiritual entre hombres que consideraban a su oficio como sagrado?

Sin embargo, es necesario comprender que sólo eran un eslabón en la estructura que hizo posible la construcción de las grandes catedrales y la expansión del gótico.

En primer lugar, la catedral es la “Iglesia del Obispo” y por lo tanto la iglesia de la ciudad. El arte de las catedrales significó, ante todo, el renacimiento de vida urbana, el gran florecimiento de las ciudades, centro de la vida económica, de la riqueza, de la actividad espiritual y artística.

En segundo lugar, los orígenes de este arte no pueden ser solo atribuidos a un proyecto original de estas corporaciones. El gótico es un arte real que se consolida en momentos de ascendente prestigio de la monarquía, en pleno proceso de la unificación territorial de Francia y la decadencia del poder feudal. Por lo tanto podemos pensar que las principales formas de este arte fueron concebidas en un reducido círculo de prelados cerca del trono, en un reducido y desahogado medio, vanguardia de la investigación intelectual.[3]

¿Cuál es entonces el papel de las logias en este proceso?

La catedral se construye bajo la dirección del Obispo. Habitualmente, la dirección real recae bajo la responsabilidad del capítulo catedralicio -integrado por prelados y también por laicos, principalmente grandes comerciantes- que, bajo la autoridad del obispo tiene como principal función la financiación de la obra, pero también la de contratar, establecer y controlar la “fabrica” (el “opus”, la “logia”) que tendrá a su cargo la construcción.

Esta logia, si bien se establece adjunta al capítulo catedralicio posee personería jurídica propia. Tiene a su cargo la administración, las finanzas y la contratación de los maestros directores de obra. En algunos casos es también quien contrata a los arquitectos proyectistas. Rinde cuentas ante el capítulo periódicamente; su contratación puede ser temporal o vitalicia; en algunos casos hasta es propietaria de sus propias canteras (tal el caso de la logia de la catedral de Estrasburgo). Es la responsable, en su papel administrador, de la contratación del personal y también del “salario” de cada oficial y de cada aprendiz para lo cual llevará una exacta contabilidad.

A ella se ingresa mediante un juramento, tal como hemos visto, y como surge de todos los estatutos y documentos de la “corporación” que han llegado hasta nuestros días. En el posterior desarrollo de estas logias primitivas convergen factores tan disímiles como lo son las vicisitudes propias del devenir histórico y la transformación interna que sufren en la medida que al simple cálculo de empujes y contrafuertes se agrega la discusión espiritual y filosófica, o dicho en otras palabras: a la construcción material se suma la construcción espiritual.

Lo cierto es que a mediados del siglo XV, ya las encontramos dirigidas por un maestro asistido por una suerte de “consejo” en el cual cualquier masón encontraría los rasgos definitivos de su propia identidad.

Si observamos que la actuación y desarrollo de estas logias primitivas está intensamente asociada no sólo a la construcción de las grandes catedrales, sino también con las escuelas que se desarrollaron alrededor de aquéllas, su importancia cobra una nueva dimensión. Pues es en el seno de estas escuelas donde nacieron, entre otras cosas, el germen de la “ratio”, el pensamiento científico y la construcción filosófica.

Aquellas edades no se han olvidado. No mientras se mantengan erguidos los monumentos que atestiguan la profunda humanidad de quienes los construyeron, tanta piedra arrancada a las canteras, tantos esfuerzos en el acarreo de miles de toneladas a través de caminos envejecidos –apenas senderos ganados a la hierba en lo que otrora habían sido las grandes rutas de Imperio- ecos lejanos de voluntades unidas en el amor a Dios. ¿Cómo saber qué sentimiento real inundaba el corazón de tantos hombres y mujeres? Nos preguntamos una y otra vez –sin encontrar respuesta- ¿Qué energía misteriosa podía mover a un hombre para realizar una obra que sólo podía imaginar porque nunca la vería terminada?

No hay respuesta desde nuestra cultura, desde nuestra urgencia, desde nuestro utilitarismo. ¿Cómo saber acaso qué conciencia de sí mismos y de su trabajo tenía aquella gente?

Preludio del burgués, el maestro masón se asimila a la parte prevalente -“valentior pars”- del pueblo, es un integrante de aquella voluntad ciudadana a la que Isidoro define como los “maiores natu”, los mayores de edad: el Pueblo, o mejor dicho, la parte prevalente de la que están excluidos los siervos, las mujeres, los niños y los forasteros. Comparte este privilegio con otros artesanos, en especial con los herreros y los carpinteros, cuyo linaje bíblico les confiere la misma aureola de misterio que rodea al que conoce “la piedra”. Aunque cristianos, su oficio sabe de ancestros precristianos y aun prediluvianos.

También integran esa parte prevalente otros destacados ciudadanos: los carniceros y los panaderos, los teñidores y los mercaderes, los fabricantes de cuchillos montaraces y los refinados artesanos que hacen saetas. Todos ellos conforman la delicada trama de “hombres libres” cuyo poder crece lenta, imperceptiblemente, en una sociedad férreamente tripartita: los que hacen la guerra, los que oran y los que trabajan. Reflejo social del orden trinitario que rige el Orbe, cuyos cimientos terminarán mortificando hasta provocar su colapso. Se abren paso entre los pliegues de un esquema social que no los ha previsto: No son hombres de armas, ni administradores de la voluntad divina, ni siervos encorvados con su cerviz inclinada hacia la tierra. Sin embargo se vuelven necesarios como la sangre misma que alimenta todo el organismo.

Se podría decir que esta clase incipiente de burgueses –aun lejos de la poderosa burguesía renacentista- constituye el germen sobre el que crece y se expande el proceso de secularización. En efecto, en la concepción de Marcilio de Padua sobre el “Estado Laico”, gravita la valoración prepotente del “pueblo”. No se trata del vulgo, sino de aquella “parte prevalente” de la que ya hemos hecho referencia, y en la que el artesanado conforma una porción esencial.[4] Si se quiere buscar el germen revolucionario de la francmasonería, este se encuentra en la conciencia de las corporaciones medievales, siempre proclives a la libertad que les da su “secreto”, su “logia” y su “saber esotérico”.

En los capítulos anteriores hemos visto la etapa en la que estos oficios se reorganizaron y crecieron al calor de las grandes abadías, como una consecuencia casi natural de la demanda de mano de obra. La aparición de los “hermanos conversos” y los “barbados” no respondía a otra cosa que a una necesidad de los monjes que construían Europa.

Ahora, resuelto el enigma de la herencia alegórica, de la organización primaria de las logias, de los signos y los significados, nuestra atención vuelve al punto de partida:

Al hombre, al masón que posee el secreto de su oficio; que se adueña de sus herramientas –símbolo de su precaria libertad-; que construye los andamios (machinas) a los que debe su nombre (machiones); que trabaja por un salario que le paga el castellano o el capítulo que construye la Catedral, o la comuna que fortifica las murallas de la pequeña ciudad. Tareas que, para algunos, representarán el esfuerzo de toda una vida, mientras que para otros el salario no será tan sencillo ni seguro.

A los que no hallan lugar en alguna obra magna les esperan los caminos interminables buscando una obra nueva, o una logia necesitada de maestros, o pequeñas construcciones temporales que le permiten apenas sobrevivir con su familia durante el invierno en el que las obras se paralizan porque se congela la argamasa.

El propio proceso social y la creciente importancia de la urbe ya habían hecho necesario el traslado de la misa desde la iglesia abacial a la episcopal. La Catedral era ahora la casa del “episcopus” y la demanda de artesanos ya no estaba en los lejanos campos feudatarios del monasterio sino en la ciudad en la que se comenzaba a consumir –y comerciar- la producción agraria. Poco, muy poco tiempo fue necesario para que toda una nueva clase de herreros, carpinteros y albañiles se declarase libre de los abades. Si aquellos primeros conversos habían aprendido el oficio de los monjes, estos otros lo habían heredado de sus padres, junto con sus herramientas, sus fraguas, sus talleres.

Muy poco tiempo, en el que la movilidad de las gentes se había acelerado a niveles desconocidos en los siglos precedentes: los caminos de peregrinación se poblaban de penitentes, de mercaderes, de cruzados, de artesanos, saltimbanquis y ladrones, de fantásticos narradores, de caballeros y bufones, soldados y embajadas, prostitutas y prometidas, templarios con sus cruces rojas, hospitalarios con las suyas blancas, judíos de la diáspora y herejes con sus miradas esquivas, monjes llevando libros en sus alforjas para ser canjeados en otros escritorios, esclavos sarracenos traídos de la Tierra Santa por sus nuevos señores... Occidente ya tenía entonces todo lo que necesitaba.

El masón en el que ahora debemos poner la atención ya no vive en los monasterios; su alimentación no sale de las cocinas benedictinas, no reconoce autoridad más que la de aquel que le paga, aunque su libertad sigue estando jaqueada por el poder, por la soberbia del señorío, por la autoridad del hombre de armas, por la férula eclesiástica omnipresente, amparada por el brazo secular. Es sólo una libertad incipiente, endeble, cuyo precio muchos han de pagar con el sufrimiento y hasta con la vida.

¿Qué han heredado de sus antiguos patrones benedictinos? Un cuerpo de doctrina religiosa constituido por alegorías que apuntan a una regla de moral, a una visión sublimada del acto de construir, a una conciencia identificada con el imperio de las fuerzas espirituales del pensamiento católico. No hay “escuela iniciática” en esa etapa de la masonería, pero se insinúa. Los libros en los que estos masones abrevan su doctrina y sus conocimientos son escritos por religiosos, pero las logias comienzan a reunir, lentamente, la “otra” literatura.

Permanecen dependientes de la doctrina católica hasta fines del siglo XIV, lo cual dice a las claras que trescientos años después de la liberación de los conversos, estos aún no han desarrollado un “corpus” propio. No existe una “doctrina” masónica. Existen patronos provenientes de la fe cristiana, una moral anclada en los antiguos documentos benedictinos y muchos usos y costumbres que se remontan a las épocas de las logias cluniacenses. La masonería del siglo XIV es aun cristiana y trinitaria.

Así lo atestiguan los antiguos documentos, las constituciones y manuscritos considerados “liminares” por la historiografía masónica. Pero cabe aquí advertir que no se trata de un cristianismo coyuntural. Se trata de una cuestión de base: No existe un substrato “esotérico” tras una pátina cristiana, ni se oculta un arcano hermético tras la apariencia trinitaria. No hay aquí resabios platónicos, ni siquiera paganos, mucho menos egipcios. La alegoría que prepara el camino a la futura “leyenda masónica” es cristiana.

La francmasonería primitiva no sólo participa del fenómeno de la fe religiosa sino que está en su propio centro. No es ecuménica sino católica; sus Santos Patronos son hijos de la Santa Iglesia y su dogma trinitario rinde culto a Nuestra Señora, la madre del Verbo encarnado –devoción de la que también hacían culto los Caballeros del Temple-. Basta citar un fragmento de dos de los documentos liminares más famosos de la francmasonería –el Poema “Regio” (1380 circa) y los Estatutos de los Canteros Alemanes (1459 circa)- para convencernos de su carácter trinitario:

“...Roguemos ahora al Dios Todopoderoso, y a su Madre, la Dulce Virgen María, para que nos ayuden a observar estos artículos y estos puntos en todas sus partes, como lo hicieron otras veces los Cuatro Coronados, santos mártires que son la gloria de la comunidad...”

“... En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y de la Gloriosa Madre María; y a la memoria de los Cuatro Santos Coronados, sus bienaventurados servidores etc...”

Lo cierto –y lo asombroso- es que esa participación de la masonería primitiva en la fe católica, no la privó de un profundo conocimiento hermético cuyos orígenes –muy lejos de Roma y las grandes abadías europeas- habría que buscarlos en Alejandría, Jerusalén, Antioquía y en los grandes santuarios del oriente mediterráneo; un conocimiento cuyas huellas emergen copiosamente de la piedra tallada.

El simbolismo hermético impregnado en la piedra de las catedrales, tan bellamente descrito por Fulcanelli, abre profundas dudas acerca de un temprano conocimiento esotérico en aquellos arquitectos y artistas que las construyeron. Pero la ciencia histórica, frente a esta etapa, no posee otra prueba que la piedra misma.

Es en la piedra donde hay que leer, y de la que surge una historia sin nombres ni sucesos cronológicos. Solo una obra colectiva cuyo significado humano y a la vez cósmico, nos excede y nos abruma. Es por ello que el gran interrogante pendiente de respuesta en la historia de la francmasonería es el que se plantea en torno al cuándo y al cómo las logias fueron impregnadas del profundo esoterismo que ha llevado a muchos a proclamarla como heredera de esos antiguos misterios.

Pues, esa otra espiritualidad que sí tiene rasgos iniciáticos, flota en el aire, permanece latente en muchos enclaves europeos. Proveniente de medio oriente ha ido diseminando sus gérmenes en órganos vitales del antiguo imperio cristiano. Posee fuertes reductos en España y Provenza, en donde los judíos han podido establecer pequeñas escuelas de Cábala. Persiste larvada en la herejía de los cátaros del Languedoc. Los árabes han hecho lo suyo y se sospecha que han corrompido a los templarios. El Corpus Herméticum golpea una y otra vez sobre el tejido cristiano y termina perforándolo el día en que Marcilio Ficino lo traduce y esparce para toda una generación de espíritus inflamados por una nueva clase de “misticismo racional”. Ya nadie hablará de Fe: Cornelio Agrippa, Pico de la Mirándola y Giordano Bruno hablan de “ciencia”, de una nueva ciencia capaz de clasificar espíritus, perseguir a Dios hasta su última morada y comprender las claves que explican al Universo infinito. Van por los ángeles, creen poder encadenarlos. Mefisto es obligado a presentarse ante Fausto. Los grimorios enseñan cómo someter a los genios. Paracelso cría homúnculos en las rémoras de su laboratorio y los dominicos persiguen a las brujas en un intento desesperado por frenar el descontrol.

Surgen entonces contradicciones e interrogantes: ¿Dónde se origina este contacto? ¿En qué momento esta corriente hermético-alquímica desarrolla el modelo de masonería iniciática que separará a la “corporación masónica” del resto de las corporaciones de oficios?

El fenómeno catedralicio –que es el eje de la actividad de los masones operativos- conforma la red primaria del nervio social, psíquico y espiritual que modela la sociedad urbana incipiente. La catedral es el libro en el que leen los pobres, pero es también la clave de un conocimiento preservado y reservado a los iniciados; es el refugio de los desamparados, pero también la casa del obispo; es el punto de celebración del carnaval, pero a la vez el reflejo fulgurante de la Jerusalén Celeste. Hay entonces en el fenómeno catedralicio una dualidad que debe abordarse y comprenderse. Es el símbolo de esa construcción colectiva del Templo a la Virtud que los masones erigen a la Gloria del Gran Arquitecto del Universo.

En un aspecto sociológico y político, la construcción de la catedral es la proyección de un nuevo orden social. “...En la Edad media –dice Von Martin- podía trabajarse en una obra colectiva cualquiera, una catedral, la casa del Consejo, y aun siglos, pues se vivía dentro de una comunidad y para ella, dentro de una continuidad de generaciones...”

Perseguidos en la actualidad por la urgencia de un progreso individual que todo lo eclipsa, nos resulta en extremo difícil concebir una organización humana dedicada a preservar en la piedra un mensaje que encierra la clave de los antiguos misterios. Del mismo modo nos resulta aun más inconcebible asumir que estos hombres comprometían su vida entera en la construcción de la sociedad que integraban. Sin embargo, para ellos, desde el único lugar que podía sobrevenir la plenitud de su realización individual era desde la “polis” y dentro de ella, desde la comunidad que integraban.

El restablecimiento de las ciudades trajo consigo el restablecimiento de la “polis” como modelo de comunidad desarrollado en el mundo clásico. “...En el mundo occidental –dice Raimon Panikkar- todos sabemos que para Aristóteles, Platón, Virgilio, Lucrecio, la plenitud del hombre incluía como plenitud total y personal la política. La política pertenecía a la salvación. Sin polis no puede existir un ser humano verdaderamente como tal: sin política no hay salvación...”[5]

Pero la obra colectiva debe ir acompañada del trabajo individual que, en el lenguaje masónico se encuentra simbolizado en el desbaste de la Piedra Bruta. Puente entre el mundo material y el mundo espiritual, la catedral es la puerta que conduce a la Jerusalén Celeste, alegoría espiritual del reconocimiento de nuestras limitaciones humanas y del deseo de alcanzar un mundo ideal donde imperen el bien, la paz y la virtud. La catedral representa, como ninguna otra cosa, el Orden social que Dios ha imaginado para el hombre, y a la vez, el orden universal que el hombre medieval ha imaginado y proyectado en Dios. Como en el atanor del alquimista, en el interior de la catedral el puro se eleva al mundo de los ángeles y el impuro participa de la obra colectiva de la redención.

Cuando George Duby habla de la pedagogía de masas –refiriéndose al mensaje inserto en las piedras de las catedrales- está leyendo en los únicos documentos que estos hombres han dejado al juicio histórico: las propias catedrales. Apenas unos pocos planos de la época tardía, herramientas... utensilios. Pero ni un solo documento que describa el plan, ni siquiera que sugiera la existencia de uno. ¿Es todo este simbolismo hermético la base de la masonería esotérica? ¿Quién lo introdujo? ¿Cómo se transmitía?

Fue entonces cuando, en el horizonte, la aurora rosacruz brilló como el preludio la masonería especulativa.
[1] Duby, Georges “La Epoca de las Catedrales” (Madrid, Ediciones Cátedra, 1993) Pag.191.
[2] Johnson, Paul; “Cathedrals of England, Scotland and Wales”;. (Londres, Weidenfeld & Nicolson, 1993). pp. 134 a 138.
[3] Duby, Georges; ob.cit. pag. 100.
[4] Defensor Pacis, I, XII, 3
[5] Raimon Panikkar, “El Espíritu de la Política” Pag. 23. Agrega Panikkar “...El zoon politikon de Aristóteles quiere decir que el hombre no es hombre sin política; por eso la religión pertenece a la política y la política pertenece a la religión...

martes, 23 de febrero de 2010

L'altro impero cristiano


Dall'Ordine del Templo alla Massoneria
Eduardo R. Callaey
traduzione di Claudia Marinelli
pag. 220
ISBN 9788855800747



Adquiéralo en:
Il libro

Che rapporto c'è fra templari e massoni? Quale nesso storico li ha uniti, al di là del mito che se ne è costruito? Tutte le piste conducono all'ordine religioso più potente del mondo: quello di san Benedetto. Questo libro propone un'inedita lettura del legame fra benedettini, templari e massoni. Spiega come e perché i crociati presero parte a un piano concepito dai monaci di Cluny per affermare un "nuovo ordine" nel mondo medievale, un ordine che aveva bisogno sia di soldati sia di massoni. In una trama che supera qualsiasi finzione, Eduardo Callaey spiega come i monaci di Cluny siano stati gli autentici ideologi delle crociate.

Furono proprio loro a creare il concetto di milites, i cavalieri che abbracciavano una vita di profonda spiritualità e di preghiera. E quando la cristianità affondò nei tormenti della Riforma, i benedettini, i massoni e i templari si fecero artefici di un "impero cristiano", con lo scopo di restituire unità all'Europa. Ancora, abbazie, castelli e logge massoniche furono al centro politico degli ideali di restaurazione dell'antica fede. Ma la pronta condanna dei papi, il timore dei re e la Rivoluzione francese arrestarono per sempre l'avanzata della cavalleria templare. In "L'altro impero cristiano" si svelano le chiavi di questa storia.

El otro Imperio Cristiano

ISBN : 978-849763243-0
Formato : 17x22,5
Encuadernación : Rústica
Páginas : 228

Adquiéralo en
Nowtilus compras on line
Casa del Libro


El otro Imperio Cristiano,
de la Orden del Temple a la Francmasonería
Eduardo R. Callaey
Todos los caminos que vinculan a Templarios y Masones conducen a la más poderosa orden religiosa del mundo occidental: La Orden de San Benito. Esta obra propone una visión diferente en torno a la relación entre benedictinos, templarios y masones. Explica cómo y por qué “Las Cruzadas” fueron parte de un plan delineado por los líderes benedictinos de la Orden de Cluny para establecer un Nuevo Orden en el mundo medieval. Un Nuevo Orden que necesitaba de un ejército de combatientes que lo impusiese con la espada y un ejército de masones que lo construyese con la escuadra y el compás.

Esta trama que supera cualquier ficción demuestra que los verdaderos ideólogos de Las Cruzadas fueron los benedictinos cluniacenses. Ellos crearon el concepto de “milites”, verdaderas órdenes de caballería asociadas a sus monasterios.

El espíritu del Temple sobrevivió en la francmasonería medieval. Hasta que, en el siglo XVIII, cuando la cristiandad se hundía en las tormentas de la Reforma, benedictinos, masones y templarios reaparecieron con un proyecto de “Imperio Cristiano Transnacional” que devolviera la unidad a Europa.

Nuevamente, abadías, castillos y logias fueron el centro político de los ideales de la restauración de la antigua alianza. Pero la temprana condena de los papas, el temor de los reyes y la Revolución Francesa, aplastaron la última carga de la caballería templaría.
Callaey, Eduardo Roberto. El otro imperio cristiano. De la Orden del Temple a la Francmasonería.(The Other Christian Empire: From the Knights Templar to Freemasonry)Mexico/Spain: Ediciones Lectorum/ Nowtilus, dist. by LD Books. 2006.226p. illus. ISBN 970-958-732-174-1. pap.

Though interest in religious secret societies has flourished with the incredible popularity of Dan Brown’s The Da Vinci Code, many people are still surprised to find Masonic symbols in contemporary society, where they appear on dollar bills, for example, and even in popular operas like The Magic Flute. This book by Argentinian Callaey—historian, journalist, and Mason—thus comes at the right time. The first in a series of four, it covers the Middle Ages, exploring the connection between the Knights Templar (or Order of the Temple) and the Freemasons. Callaey claims that the common beliefs regarding Masons that have evolved are not accurate and attributes them to the most powerful religious order in the Western World—the Benedictines—in particular, the friars at Cluny, France, who believed in Holy Wars and were instrumental in the Crusades of the Middle Ages.
The author explains that the Order of Cluny needed knight-warriors in order to establish a “New Order” in the medieval world. The friars, who were originally builders, explained that each man was a stone that had to be polished into a square to be able to build a better society. The Benedictine symbols and the spirit of the Templars prevailed in the Freemasons despite the Church’s politically motivated attacks. The book is beautifully documented and illustrated with black-and-white engravings. The author has arranged his material in an interesting, dramatic way that makes it very readable. Highly recommended for bookstores, colleges, general libraries.—Dolores M. Koch, New York City

Il Mito della Rivoluzione Massonica



Il mito della rivoluzione massonica
Eduardo R. Callaey
traduzione di Nadia Ambrosionipag. 224

Adquiéralo en

IBS.It

HOEPLI.It

ISBN 978885580074
Tropea
Collana I trofei non-Fiction


"La massoneria può essere nel contempo tradizionalista e rivoluzionaria? Può una società segreta perpetuarsi per secoli, sostenuta sia da atei sia da credenti? È possibile comprendere il fine di una confraternita alla quale hanno aderito con identico fervore il razionalista Voltaire e il quasi santo Joseph de Maistre? Come si può attribuire alla massoneria il successo della Rivoluzione francese quando numerosi massoni vennero massacrati dal Terrore?"

Una tesi storica largamente diffusa e riconosciuta indica la massoneria come il vero strumento strategico che ha assicurato il successo della Rivoluzione francese: le logge, permeate dallo spirito anticlericale di correnti interne come quella degli Illuminati di Baviera, avrebbero rappresentato il centro di una cospirazione contro il trono e l’altare. Il sorprendente studio di Eduardo Callaey segue l’evoluzione dell’Ordine attraverso il Diciottesimo secolo per sfatare quello che lui dimostra essere un mito. La massoneria non fu affatto l’ispiratrice e l’artefice della Rivoluzione francese – e della violenza sanguinaria che ne macchiò l’epilogo. In realtà, se è vero che nelle logge del Settecento circolavano ideali repubblicani e progressisti e che molti illuministi e giacobini avevano gravitato al loro interno, i fatti dimostrano che la massoneria tradizionale, di origine giudaico-cristiana e iniziatica, fu una vittima del Terrore rivoluzionario e venne annientata in una guerra fratricida. Dalle sue ceneri sarebbe rinata una nuova organizzazione, più vicina a un partito politico che a una «scuola di misteri», in cui la dea Ragione avrebbe preso il posto dei Gran maestri dei riti esoterici. E fu proprio questa massoneria razionalista, figlia del «secolo dei lumi», a perpetuare il mito rivoluzionario e complottista, oscurando arbitrariamente l’altra anima dell’Ordine. Questo saggio fornisce la chiave per comprendere la trama occulta – e occultata – della storia massonica, la grande contraddizione che ancora oggi attraversa l’Ordine, l’eterna diatriba fra i seguaci della tradizione spiritualista e chi individua nelle logge un efficace sistema di azione politica.

lunes, 22 de febrero de 2010

Las Claves Históricas del Símbolo Perdido



Masonería y su misticismo esotérico. La Ciencia Noética y el poder de la mente.

Nowtilus, Madrid, 2010

Adquiéralos en:

Casa del Libro

Dan Brown sorprendió nuevamente a sus lectores al conjugar, de manera insospechada, dos campos tan disímiles entre sí como lo son la francmasonería y las Ciencias Noéticas. La trama de El Símbolo Perdido, cuya acción transcurre en Washigton D.C., pone sobre el tapete muchos de los tópicos que giran en torno a las Sociedades Iniciáticas. En esta caso los masones –cuya presencia en la fundación de los Estados Unidos de América es un hecho histórico fuera de toda duda- y los rosacruces, a quienes se atribuye haber impulsado el pensamiento científico en el siglo XVII.

Pero Brown no se queda en estos aspectos sino que avanza hacia una maraña de ritos, ceremonias, símbolos y signos, todos rodeando un secreto, que Robert Langdon debe revelar en apenas unas horas. Sin embargo –he aquí la sorpresa- se verá acompañado de una científica del Instituto de Ciencias Noéticas que aportará a la historia una fascinante combinación entre la Tradición y los Nuevos Paradigmas.

Un análisis profundo de las diferencias entre Noética y Masonería sería tan inútil como la comparación de peras y manzanas. La Noética es abierta, expansiva, científica, moderna en el sentido más amplio de la palabra. La masonería es una organización que guarda misterios; se abre sólo a aquellos que son iniciados y su ingreso requiere de una ceremonia no exenta de pruebas y compromisos significativos. Dicho más claramente, este libro no es un análisis comparativo de francmasonería y noética sino una explicación de ambas cosas, en especial de aquellas que Brown menciona en El Símbolo Perdido.

La Noética, fundada hace más de tres décadas por el científico y astronauta Edgard Mitchell, se ve, en todo caso, confrontada con una institución milenaria, a la que le podemos atribuir, como mínimo, tres siglos de institucionalidad. Es que, justamente, lo que Brown construye en su historia, es nada menos que la combinación entre dos instituciones radicalmente diferentes en su conformación, en su organización y en su desarrollo histórico. Sin embargo, a ambas le atribuye un mismo fin: La búsqueda de Dios.

Una experiencia de carácter trascendente, que el propio Mitchell describe como una Epifanía, llevo a este astronauta de la Apolo 14 a repensar su visión de la ciencia y fundar una Institución que cambiaría radicalmente el modo de ver al mundo. ¿Qué tipo de experiencia pudo llevar a un científico a vivir una profunda trasformación?

Pero acaso, ¿Qué tipo de experiencia puede llevar a un masón a afirmar que la Iniciación lo catapulta a un nuevo estado de conciencia?

¿Es la Ciencia Noética el puente o el eslabón que une la ciencia moderna con las Tradiciones Esotéricas? Durante siglos, los científicos ignoraron el profundo conocimiento de estas Escuelas de Misterios, sin embargo, en las últimas décadas parece haberse modificado esta limitación. ¿Está la ciencia en condiciones de explorar estos nuevos paradigmas?

Ciencia y esoterismo no han sido incompatibles en el pasado. Lo vemos en el mundo clásico; en la experimentación empírica de los filósofos renacentistas. Muchos rosacruces y masones estuvieron involucrados en el impulso del pensamiento científico, especialmente desde el seno de la Royal Society, a cuyo círculo esotérico se ha vinculado frecuentemente con el Colegio Invisible.

Podríamos afirma, también, que en los círculos Noéticos la novela fue bien recibida, y que existe consenso en el sentido de que Dan Brown ha dado en la tecla al momento de definir el objeto de las Ciencia Noéticas. En los círculos masónicos ha sido recibida con cierta indiferencia y algún recelo, pues se sabía de antemano que Brown utilizaría los aspectos más atractivos y provocadores de la francmasonería, en desmedro de aquellos considerados como ejes fundamentales de su doctrina. La conclusión es que la francmasonería no queda tan mal parada, pero también, que ha sido descripta sólo una de las tantas formas de masonería que existen en el mundo: La norteamericana, y por cierto de modo muy superficial.

De modo que este libro, dividido en dos partes –la primera dedicada a la Masonería y la segunda a las Ciencias Noéticas- no es un intento de encontrar diferencias y convergencias sino el de informar adecuadamente al lector interesado que, a partir de la lectura de El Símbolo Perdido, quiere comprender más a fondo qué es la Noética y qué es la Masonería. Estamos seguros que en cualquiera de los dos casos, el lector encontrará vías de investigación si es que, finalmente, vislumbra en estas corrientes del pensamiento un camino válido para su realización espiritual; pues ese es el punto en común entre ambas.

Es evidente que el hombre está sufriendo un cambio profundo en su cultura, en su espiritualidad y en su forma de relacionarse entre sí y con su medio ambiente. Las tradiciones antiguas, amalgamadas y reunidas en torno a las Escuelas de Misterios, siempre han sido un reservorio de la sabiduría antigua. Las Ciencias Noéticas plantean la necesidad de volver la vista hacia estas grandes tradiciones, sin por ello dejar de utilizar todas las herramientas que nos brinda la tecnología, incluidas las grandes redes de comunicaciones.

Los autores de este libro han tratado de dar respuestas a los interrogantes que quedan abiertos en la ficción planteada por Brown, concientes de las limitaciones de un trabajo de esta naturaleza en el que el interés del lector asume múltiples direcciones. En síntesis, Las Claves del Símbolo Perdido transmiten la experiencia de los autores en ambos campos. Es un libro escrito desde dentro. Desde el centro mismo de la experiencia directa.

Los Autores:Ana Lía Alvarez y Eduardo R. Callaey

El Mito de la Revolución Masónica



La verdad sobre los masones y la Revolución Francesa, los iluminados y el origen de la masonería moderna. (Edición Española)

Eduardo R. Callaey
Nowtilus, Madrid, 2007

Adquiéralo en

Casa del Libro
Cúspide (Argentina)


Prologo de Jorge Sanguinetti

Musas de Jonia y Sicilia han afirmadoque hay que unir las dos tesisy decirque el Ser es, a la vez, Uno y Múltiple,y que el odio y la amistadmantienen la cohesión.En efecto, su desacuerdo es un eterno acuerdo.

Las voces más débiles han abandonado este rigor,y dicen que tan pronto el Todo es Uno,gracias a la amistad de Afrodita,como múltiple, en lucha consigo mismo,bajo el influjo de algún Odio(Platón, El Sofista, 242 d.)

Las Musas de Jonia y Sicilia son Heráclito y Pitágoras; las voces más débiles se refieren al complicado Empédocles que terminó su vida arrojándose al Etna.El Uno y el Otro, la Multiplicidad del Uno, El Uno no es igual ni desigual a sí mismo o a Otro, temas de Platón en sus últimos años cuando mejor manifestaba su intuición metafísica del Ser, cuando trataba de expresar casi lo inexpresable, que el ser es Uno y Múltiple a la vez; y esto en todos los órdenes, porque siempre es el mismo Ser el que se manifiesta en el Todo y en Cada Uno.

Si Platón habla del Ser, no se refiere a una abstracción filosófica, sino al resultado de la meditación sobre la Naturaleza y sus criaturas. Las abstracciones son simples, las ideas puras, como los colores puros, no tienen partes; los seres reales en cambio, hasta el más pequeño protozoario, hasta la menor partícula de materia, son complejos y compuestos, para desesperación de científicos facilistas que buscan con ahínco el principio simple nunca alcanzado; para desesperación del político que pretende basarse en principios elementales cuando los requerimientos del buen gobierno multiplican las situaciones y las personalidades en una complejidad que sólo el talento y la paciencia pueden superar.

La multiplicidad del ser es su seguro de estabilidad permanente en el vaivén enriquecido del pasaje existencial de lo uno a lo otro, razón del ser y de la plenitud de la multifacética República; fundamento del caldero incendiado que es el Banquete, donde con toda sencillez, un fauno Sócrates, en medio de los saciados durmientes, completa al alba su discurso, instruyendo a dos de sus enamorados discípulos, que un buen poeta lo es tanto en la Tragedia como en la Comedia: y así reaparecen, a la vez, lo Uno y lo Otro abrazados en una misma realidad.

Eduardo Callaey ha puesto en claro y ha descubierto muchas fuentes, que hacen a la comprensión de los orígenes de la Masonería, y de esa herramienta masónica específica de formación personal que es el simbolismo.Desde los comienzos de la historia ha existido la iniciación, aún en pueblos de bajo desarrollo cultural, como práctica que despierta la capacidad de ver, o dicho de otra manera, como pasaje de superación de la común vulgaridad hacia el descubrimiento de la potencialidades creativas del propio íntimo ser, y en consecuencia al establecimiento de los fundamentos de la cultura y la civilización; sin embargo la Masonería -organizada como una Orden de hombres juramentados en la búsqueda del conocimiento y de la virtud para el logro de la mayor perfección posible del ser humano, institucionalizada en principios, leyes, prácticas y ritos iniciáticos tan bien establecidos que han permitido su rápido desarrollo en los más diversos países y culturas sin perder jamás las características propias- es una creación del siglo XVIII, aunque, como bien lo demuestra Callaey, haya sido la cristalización de tradiciones monacales, templarias, cabalísticas y rosacruces, tradiciones en donde los masones de hoy encuentran a sus maestros y sus modelos fundacionales.

La importancia capital del De Templo Salomonis libro de Beda el Venerable, descubierta por Eduardo Callaey -tratada en su libro La masonería y sus orígenes cristianos, y en el primer volumen de esta tetralogía El otro Imperio Cristiano- no puede descuidarse lo más mínimo, porque cuando Beda se propuso centrar en el Templo de Salomón la espiritualidad de los maestros constructores de catedrales y palacios, y al describir los aspectos simbólicos de las partes de ese Templo, no hizo otra cosa, ni nada menos, que crear el método de desarrollo personal que la Masonería ha asumido como método característico y gradual de perfeccionamiento de la personalidad humana.

Cierto es que Beda tenía alto conocimiento del método simbólico de los Padres de la Iglesia y de las prácticas de la Cábala, pero es él quien le imprime el estilo propio de interpretar los símbolos y convertirlos en modelos emblemáticos de conducta y vida espiritual.“Como un río que atraviesa un lago, sin perderse en él” esta tradición iniciada por Beda fue atravesando tiempos y lugares manteniendo siempre encendida la antorcha de la espiritualidad laica, fecunda en hallazgos ingeniosos para las necesidades de cada época, auténtica sal de la tierra, que, superando dogmas y fundamentalismos, fue la serena creadora y multiplicadora de la semilla original en todos los órdenes de la actividad humana. ¿Qué otra cosa ha sido esta estupenda saga masónica que hilvana Eduardo Callaey, sino la historia de esa energía de Renovación en el Orden, de Humanismo en el Espíritu, la historia de ese Espíritu que alienta por dentro toda la estructura?Hasta el siglo XVIII. Hasta allí la unidad y la multiplicidad fueron custodiadas por hombres y doctrinas, dentro de una ágil jerarquía, por la cual siempre se tenía el derecho de ascender una vez cumplidos los requerimientos de formación y de fidelidad a los principios que eran el sostén de todo el cuerpo masónico. Cábala, hermetismo, el Temple y la Rosacruz: fueron los estudios y doctrinas rectoras de las logias francesas y alemanas, las cuales hallaron en estas formas de la espiritualidad los principios que les posibilitarían superar la desorganización surgida de la rápida expansión y del masivo ingreso de nuevos miembros a la Orden. Espíritus selectos y de rara excelencia intelectual como Martinez de Pasqually, Dom Pernety y el titánico Jean Baptiste Willermoz, lograron superar la vulgaridad reinante por medio de estas fascinantes escuelas de pensamiento, y edificaron estructuras jerárquicas estables que permitieron el ordenado actuar de las logias junto al progreso de sus miembros, que era precisamente lo que se buscaba, es decir hacer de la Masonería el espacio adecuado para la renovación armónica de los hombres, de la sociedad y de los públicos reinos.

Pero no fue suficiente para contener la avalancha feroz de la popular revancha que se venía gestando ya desde los albores del Renacimiento y que llevaba en sí la rebelión contra el trono y el altar, y contra todo orden que se opusiera a los deseos y pasiones de la ignorancia y el fanatismo. Rebelión tan desesperada que se metió en las logias, generó odios y violencias nunca vistos, y dejó a la Orden dividida hasta nuestros días en dos campos al parecer irreconciliables: los que hacen de la Masonería un club político activo envuelto en la contienda profana y que promueve, eliminando toda jerarquía de conocimiento y tiempo de madurez, los desordenados derechos de un masón libre en la logia libre; y los que, siguiendo las huellas tradicionales, quieren vivir una espiritualidad que lleve a sus miembros a adquirir los conocimientos y virtudes que les permitan descubrir, como verdaderos epoptes, más allá de las pasajeras ideologías, la palabra perdida fecunda capaz de lograr una auténtica renovación de las propias filas y de la sociedad.

La lectura del presente libro conducirá al lector a comprender la profundidad de este quiebre de la historia. Verá también la supervivencia de la sociedad masónica regular que, como verdadero seguro barco en la tormenta, se ocupa de recuperar lo que no está del todo perdido: se trata de apostar a la energía profunda del corazón humano para expandir sus miras más allá de toda diferencia, para convivir, fraternalmente y sin divisionismos, en una sociedad Una y Múltiple, unida en la aceptación del Otro distinto, pacífica en la comprensión de que las diferencias son circunstanciales, mejor aún que no existen sino como aspectos exteriores que no afectan la convivencia armoniosa y fecunda de los hombres buenos, pues al decir de los Antiguos Deberes, estas bases harán de la francmasonería un centro de unión y el medio de establecer una estrecha y sólida amistad entre personas que, fuera de ella, hubieran debido permanecer siempre extrañas.

En este libro la capacidad de búsqueda y análisis de su autor, Eduardo Callaey, adquiere la maestría de quién, no solamente indaga los hechos de esta aciaga y dolorosa historia, sin considerarse ajeno a ella, sino que está comprometido en cuerpo y alma con la Orden a la que pertenece, ama y quiere ver recuperando por completo esa fuerza de inteligencia y bondad que es la causa de su permanencia en el tiempo y la verdadera razón de su existencia. ¿Es que no es ya la hora de que los masones de las diversas obediencias comprendan que la gran oportunidad de hoy es admitir la variedad de criterios y consolidar, por encima de ellos, la riqueza fecunda de la Unión sin reproches en la Paz y la Amistad?

Tal es a nuestro parecer la implícita inquietud que yace en sus escritos, y el cordial motor que lo mueve y sostiene en su tan ardua, y en realidad compleja, labor.No nos queda sino esperar sus próximos libros que cierran la colección con la historia contemporánea de la Masonería. Entonces nuestra satisfacción y nuestro agradecimiento serán cumplidamente plenos.

De Templo Salomonis Liber




Y otros textos Masónicos Medievales
Eduardo R. Callaey

Manakel, Madrid, 2010

Adquiéralo en

GEIMME
geimme@arrakis.es








Texto de la contraportada
“De Templo Salomonis Liber y otros textos masónicos medievales” expone las bases del simbolismo masónico desde una visión cristiana, tal como fue escrita por los monjes que inspiraron la construcción de abadías y catedrales durante los siglos del medioevo.
Afirma el autor que la masonería moderna, en su proceso de secularización, ha perdido contacto con su primitiva dimensión espiritual. Para demostrarlo, se sustenta en los escritos de San Beda, el Venerable (673-735) y de Rabano Mauro (784-856). Estas obras, publicadas por primera vez en español, permiten una profunda aproximación a la alegoría monástica que se presenta como el antecedente natural de la simbología masónica.

Eduardo R. Callaey –que ya ha publicado varias obras en torno a los orígenes cristianos de la francmasonería- cree ver en estos textos benedictinos la inspiración de las Constituciones Monásticas de cuño cluniacense, en las que ya se perfila, con impactante contundencia, la organización de las futuras corporaciones de constructores.

La traducción de estos documentos hace concluir al autor en que la aportación de la vida monástica, de la atmósfera espiritual del cristianismo medieval y una visión expandida de la importancia de la oración, traerían a la masonería un renovado espíritu a su alicaída condición de Escuela Iniciática. No se trata de que el masón busque la santidad -afirma Callaey- pero sí una visión sagrada de la condición humana, un acto volitivo de superación espiritual, una postura intrépida (sin trepidación, sin temor) frente al devenir de la vida y un anhelo de restauración del estado primordial del hombre antes de la Caída.

La Masonería y sus orígenes cristianos

El esoterismo masónico en los antiguos documentos benedictinos.

Eduardo R. Callaey

Adquiéralo en:

Editorial Kier

Casa del Libro

Comentario:

Este libro plantea la existencia de un vínculo insospechado ente el Simbolismo Masónico y los escritos de los antiguos exegetas de la Orden Benedictina. La sorprendente similitud entre las alegorías del mundo monástico medieval y los elementos centrales del esoterismo masónico, abren un profundo interrogante sobre los orígenes cristianos de la Orden más combatida por los Pontífices Romanos.

Las logias masónicas –nacidas en la época de las catedrales- se revelan, a la luz de esta investigación, como las herederas de las estructuras creadas por los monjes constructores que elevaron los grandes templos de la Cristiandad. La leyenda masónica en torno a Hiram–el misterioso constructor del Templo de Salomón- así como el simbolismo iniciático en torno a la construcción del “Templo Interior”, surgen con claridad inusitada en los textos analizados por el autor, escritos varios siglos antes de la estructuración de la masonería moderna.

La existencia de una tradición común, más allá de la excomunión de los masones y del conflicto entre Masonería y la Iglesia, constituye el planteo central de la obra. Demuestra, en todo caso, que la espiritualidad de Occidente subyace en las raíces del esoterismo judeocristiano y que el trabajo iniciático de desbastar la “Piedra Bruta” –símbolo central de la doctrina masónica- encuentra un antecedente directo en la acción de “cuadrar la piedra”, planteada por los Grandes Maestros Benedictinos como alegoría de la construcción del “hombre espiritual”, apto para la tarea de erigir la Tierra el reflejo de la Ciudad Sagrada, la mítica Jerusalén Celeste.